“Yo vengo de aquellos cerros donde las nubes lloraaban, viendo que debajo d’ellas la sangre se derramaaba”, corea un grupo de jóvenes al sonido del tambor. Esta es la historia de Bullenrap; un sueño que involucra procesos comunitarios, resistencia y alegría para transformar la violencia y los estigmas que dejó la presencia paramilitar. Este es el camino de un grupo de jóvenes afros que, en medio de los encuentros inesperados de la vida, pusieron a dialogar lo urbano y lo rural en el caribe colombiano: rap con bullerengue que se oye en las noches frescas del corregimiento de Libertad, Sucre.
Por: Testa
Libertad se encuentra ubicado en la subregión de los Montes de María, recostado al lado del mar caribe entre Cartagena, caño la Balsa y Rincón del Mar, pequeño pueblo de playas paradisiacas detenidas en el tiempo. En el corregimiento viven unas seis mil personas, población mayoritariamente negra y campesina que mezcla en dosis precisas el mango zapote, las atarrayas, los cangrejos, el sóftbol, las luciérnagas y los picós que retumban con champeta. En palabras de uno de sus tamboreros, “Libertad es un sueño, es un pueblo que enamora, un pequeño paraíso, es un bebé esperando que lo consientan, él está ahí con su gente y sus costumbres”.
“Una tarde yo bailaba allá en el pueblo liberteeño, rueda de baile cantao con el acento costeño,
Yo me encontraba cansao diciendo, ¡ay Dio mío socorro!
Y la negra que decía dale bien duro al porro”.
Fragmento de Dale bien duro al porroWhatsApp Audio 2020-11-23 at 9.43.37 PM
Como en otras partes del país, el conflicto armado se vivió en esta zona afectando los procesos sociales, culturales y artísticos, entre ellos el del propio bullerengue. “La temática del conflicto rompió el arraigo al territorio, a nuestra cultura. De pequeños no crecimos en el entorno de nuestros mayores, algunos lo hicimos en las ciudades como desplazados. Otros, que se pudieron quedar, apenas terminaron el colegio se fueron en busca de empleo y de oportunidades”, estas son palabras de Ralam, líder social de 25 años, tamborero, cantautor de bullerengue y rap, y una de las cabezas visibles del proyecto. Sin embargo, para él esto ya quedó en el pasado, pues la gente liberteña es pujante, decidida, resistente, y capaz de bailar y cantar a pesar de los imposibles. Miguel, uno de los bullenraperos, mejor conocido como ‘Migue’, añade: “las mujeres liberteñas son trabajadoras y los hombres ni se diga. Nos levantamos tempranito, ensillamos el burro, agarramos el machete y para el monte a sembrar”.
Después de muchos días de caminar las ciudades, los jóvenes liberteños conocieron en la calle la cultura Hip Hop, aprendiendo del grafiti y del rap. Por eso, cuando regresaron a su tierra, de sus gargantas salieron líricas que denunciaban la violencia, lo paraco, los gobernantes regionales, las multinacionales y la desigualdad. Denuncias que se hacían acompañadas de pistas musicales aque salían de su bafle. “Le tirábamos bastante a los políticos y a los líderes que no hacían nada por nosotros”, manifiesta Farid, otro bullenrapero. Pero esta gente no sólo escuchaba rap, como el del gran Canserbero, sino que hacía y componía rap rural, rap negro. “Rapeábamos desde muy pequeños y nos llamábamos Los dioses; pero ajá, desconocíamos qué era eso del bullerengue, las cantadoras, los tamboreros, la chalupa, el llamador, la riqueza del territorio. Compadre, te comento aquí entre nos, que ni siguiera sabíamos los nombres de todo esto”, recuerda Ralam.
Fue a finales del 2013 cuando, en medio de una rueda comunitaria escuchando sobre las historias de sus costumbres y las de sus viejos, un abuelo comenzó a hablar del bullerengue. “Que aquí en Libertad se bailaba, se lloraba y se pregonaban versos al son del tambor mientras que contestaban voces con coros repetitivos. Cuando oímos eso se despertó la inquietud por la bulla, por el bullerengue; en ese momento todo comenzó a crearse”, complementa Farid.
Y fue así como los seis pelados de Los dioses comenzaron a reunirse, a aprender y a visibilizar las costumbres y problemáticas de su territorio a través del rap y el bullerengue. Para el 2015, junto con Isabel Martínez, abuela y cantautora de bullerengue, tuvieron la iniciativa de caminar veredas, corregimientos y municipios aledaños a pata limpia, sin dinero en el bolsillo, con un bafle y un alegre. Ralam recuerda perfectamente esa experiencia, “la llamamos A pie pelao. Llegábamos a los pueblos y cuando la señora Chabela cantaba, la peladera se iba, pero cuando íbamos nosotros a echar rap, los pelados volvían. Nos dimos cuenta y comenzamos a unir: pendejeando, mezclándolo sin nombre. Letra de rap, tambor y coro bullerenguero y en esas idas y venidas surgió la primera canción: Bullenrap”.
Al principio quisieron llamarse Afro Música, pero cuando llegaban a los pueblos a tocar “la gente nos decía Bullenrap y por eso lo cambiamos” señala Ralam. Es el nombre perfecto, la mezcla del bullerengue y del rap, la conversación musical de las dinámicas de la calle con las del campo. “Allí fue cuando -en palabras de Farid- surgieron los bullenraperos, fusión de los ritmos tradicionales del caribe (bullerengue, corrido, cumbia) con el rap, elemento del Hip Hop”.
Ahora Farid tiene 25 años, la misma edad de Ralam, su amigo inseparable, a quien siempre le recuerda que “donde vayan tus pies mohosos irán los míos”. Este caminar lo acompaña María Cristina, cantautora de bullerengue, de 43 años y conocida también como Mama, quien baila, hace coros y ayuda a cualquier quehacer que se presente. También María, de 21 años y esposa de Farid, ambos han estado involucrados en procesos de participación comunitaria. Ralam, padre de dos hijos y esposo de Yadis, ha estado desde los inicios, cantó con Los dioses y aprendió a tocar los tres principales aires bullerengueros: chalupa, sentao y fandango. Y bueno, junto con los demás integrantes, creó el cuarto: el bullenrapero. Yadis, por su parte, es una de las coristas, toca el llamador, compone canciones y se encarga de hablar sobre el rol de la mujer en estos procesos culturales.
“Pa bailá con la negra ese ritmo rapiao, chalupa, fandango y bullerengue sentao”.
Voces de mambú
Cuando Bullenrap comenzó a rescatar la bulla se percataron de lo afectado que había quedado Libertad por la violencia. Los paramilitares habían prohibido cualquier tipo de expresión bullerenguera, nada de llorar, ni bailar ni gozar alrededor del tambor, por eso tuvieron que desempolvar esta expresión cultural, enriqueciéndola y dándole un nuevo aire. ¿Cómo lo han hecho? A punta de baile, tambor, rap, bullerengue y paciencia.
Es por esto que Bullenrap no solo es música, es también un proyecto que involucra lo social, lo estético y lo político al propiciar la creación de obras musicales comunitarias. Ayuda a forjar nuevas relaciones de amistad y recupera prácticas ancestrales de la zona. Mama lo dice de la siguiente manera: “Bullenrap llegó al territorio para construir mejores jóvenes y a fortalecer a nuestros adultos mayores”. Por su parte, Rosamaría, tamborera y cantautora de 14 años, piensa que han recuperado su cultura y sus tradiciones tocando bullerengue con líricas del rap. O Migue, “con nuestra música hemos transformado a nuestro pueblo”.
La tesis Espacios intermedios y prácticas artísticas en procesos comunitarios: aproximaciones desde la antropología y preceptos anarquistas, publicada en agosto de 2020 en la Universidad de los Andes, estableció que el proyecto de Bullenrap es “una herramienta que sana, alivia, contrarresta las violencias y plantea alternativas de vida a las que comúnmente se les asignan a los jóvenes en un contexto de segregación y violencia”.
“Mi gente negra está por too lao, bailan los viejos,
bailan los pelaos, porque a todo el territorio lo hemo contagiao”.
Bareque
Después de varios días con sus noches, las y los bullenraperos siguieron aprendiendo, improvisando, creando canciones, mejorando la fusión de estas músicas y llegando a cada vez más niños, niñas y jóvenes. Tal vez llamados por el tambor o por el rap o por ambas, pero ahora son más de 60. Bailan, cantan, tocan y hacen posible que en los Montes de María resuenen los ecos del bullerengue y del rap. Se reúnen a las siete de la noche dos o tres veces por semana alrededor del palo de mango del patio de la casa de Ralam o, cuando llueve, en la sala. Mezclan coros del bullerengue con letras de rap, que hablan del burro, la siembra, la señora que está vendiendo el pescado o del negro labrando el campo.
La casa de Ralam es la de Bullenrap, es de bareque, de color tierra y es habitada por Mores e Isra, sus dos hijos, Yadis, su negra, y cuanto pelado ande por ahí. “La mayoría de nosotros tocamos el alegre, el llamador, las maracas, las totumas, las tablitas o si no, cantamos y bailamos. Mejor dicho, cualquier cosa nos inventamos” comentó un bullenrapero.
“Ehh bareeque, mi negra canta tu buulleerengue
ehh bareeque, ritmo de negro, tambo caliente”.
Bareque
Han recorrido los caminos de tierra que mayoritariamente conectan los poblados rurales con las ciudades intermedias de nuestro país. Han estado en Medellín, Cartagena, Bogotá, Sincelejo, Barranquilla y en veredas y corregimientos de Carmen de Bolívar, María la Baja, El Salado, Ovejas, Palenque, San Juan de Nepomuceno, Córdoba Tetón y Arjona. Le han cantado al campesino, al indígena, al negro y al mestizo, también han tenido la oportunidad de decirles, al son del ritmo bullenrapero, a los presidentes de turno ciertas verdades, pues ya se han hecho escuchar de Juan Manuel Santos e Iván Duque.
Bullenrap es el legado de una historia que la violencia no pudo exterminar.
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